Estudios muestran que actúa en el cerebro como si fuera una droga.
La Nación
LONDRES.- "Plata", "dinero", "guita". Uno podría pensar que son sólo palabras, pero conllevan una misteriosa fuerza psicológica. Con sólo paladearlas durante unos momentos, se convertirá en una persona diferente. Pensar en palabras asociadas con el dinero parece hacernos más independientes y menos inclinados a ayudar a los demás.
Y todavía hay más: manejar efectivo puede disminuir, incluso, el dolor físico. Según distintas investigaciones, el dinero tiene un potente efecto psicológico que sólo ahora empieza a estudiarse.
Nuestra relación con el dinero tiene muchas facetas. Algunos parecen adictos a acumularlo, mientras que a otros les resulta imposible ahorrar para el futuro. Con nuevos estudios centrados en este punto, se encontró que algunos cerebros reaccionan como lo harían a una droga, mientras que otros, como frente a un amigo.
Algunos sugieren que el deseo de dinero se puede dinero se puede confundir con nuestro apetito. Y, por supuesto, como tener mucho dinero se traduce en que puedes comprar muchas cosas, es un sinónimo virtual del estatus. Tanto que perderlo puede causar depresión e incluso suicidio. Por eso, un atisbo en la psicología del dinero tal vez puede mejorar la manera en que nos relacionamos con él.
Esto es todavía más extraño cuando se considera qué se supone que es el dinero. Para los economistas, es sólo una herramienta para el comercio, para hacerlo más eficiente. Igual que un hacha nos permite cortar árboles, el dinero es esencial para la creación de los mercados que, según dicen los economistas, fijan precios desapasionadamente, a cualquier cosa, desde una hogaza hasta un cuadro de Picasso. Sin embargo, el dinero crea más pasión, estrés y envidia que cualquier hacha o martillo. Aparentemente no podemos manejarlo racionalmente, pero ¿por qué?
Valores relativos
Incluso como un simple medio de intercambio, el dinero puede tomar una cantidad de formas desconcertantes, desde retazos de corteza y plumas hasta monedas de oro, billetes de diferentes nacionalidades o datos en la computadora de un banco, la manera más fría y desapasionada de concebirlo.
En vez de tratar el dinero simplemente como una herramienta a ser empuñada con precisión, permitimos que penetre en nuestra mente y accione antiguas áreas emocionales de nuestro cerebro, en la mayoría de los casos con resultados imprevisibles. Para entender cómo esto afecta nuestro comportamiento, algunos economistas están empezando a pensar cada vez más como antropólogos evolucionistas.
Daniel Ariely del Instituto Tecnológico de Massachussets propone que la sociedad moderna nos presenta dos grupos de pautas de comportamiento. Están las sociales, diseñadas para mantener relaciones de larga duración, confianza y cooperación. Y las normas de los mercados, que se centran alrededor del dinero y la competencia, y alientan a las personas a anteponer sus propios intereses.
El intercambio comercial se ha producido a lo largo de la historia humana, con lo cual es posible que en nuestros antepasados haya evolucionado una capacidad instintiva para distinguir entre las situaciones en que hay que manejarse con las reglas sociales y las de mercado, y esto puede haber pasado mucho antes de la invención del dinero.
Sin embargo, experimentos publicados en 2007 revelaron que incluso el contacto fugaz con conceptos relacionados con el dinero nos llevan a pensar y comportarnos de acuerdo con las reglas del mercado.
Un ejemplo es el estudio que realizaron Kathleen Vohs y colegas, del departamento de marketing de la Universidad de Minnesota. Los estudiantes voluntarios tenían que armar frases con palabras no relacionadas con el dinero, como "frío", "escritorio" o "afuera", o con palabras sí relacionadas, como "salario", "costo" y "pagar". Los voluntarios que trabajaron con las palabras relacionadas con el dinero trabajaron durante más tiempo antes de pedir ayuda y fueron menos dados a ayudar a sus compañeros que los demás.
Personalidades divididas
"El dinero hace que las personas se sientan más autosuficientes -explica Vohs-. Es muy común que pongan más esfuerzo en obtener resultados personales, y también prefieren estar separados de los otros." Nuestra parte socialmente correcta puede desaprobar este tipo de comportamiento, pero es muy útil para nuestra supervivencia. "Mientras mantengamos las normas sociales y las de mercado en caminos separados, la vida trascurrirá bastante bien -dice Ariely-. Pero cuando chocan, ahí empieza el problema."
La clave es encontrar el equilibrio justo entre estos dos modelos. Muchos estudios psicológicos encontraron que existe un equilibrio en la búsqueda de las llamadas aspiraciones extrínsecas (como la fortuna, la fama y la imagen), y las intrínsecas (como la creación y mantención de relaciones personales fuertes).
"El dinero parece poseer poder simbólico como recurso social -opina Vohs-. Le permite a la gente manipular el sistema social, para conseguir lo que quiere, más allá de que les caigan bien a los demás." En términos burdos: parecería que el dinero actúa como amigo sustituto.
Los psicólogos Stephen Lea, de la Universidad de Exeter, Reino Unido, y Paul Webley, de la Universidad de Londres, creen que hay otra explicación para las actitudes obsesivas hacia el dinero: que actúa sobre nuestra mente como una droga adictiva, que le da el poder de llevarnos al juego compulsivo, al trabajo obsesivo y a la adicción a las compras. "Es una posibilidad interesante que éstas sean manifestaciones de una adicción más general al dinero", opina Lea.
Lea y Webley proponen que el dinero, como la nicotina o la cocaína, puede activar los centros de placer del cerebro. Por supuesto, el dinero no entra físicamente en el cerebro, pero puede funcionar de manera similar a la de un texto pornográfico, que puede excitar no por estímulos bioquímicos o psicológicos, sino actuando a través de la mente y las emociones.
Esto se ve en otro extraño descubrimiento. En un intento de darle una explicación evolutiva a nuestro comportamiento frente al dinero, Barbara Briers, de la escuela de negocios HEC, en París, y sus colegas decidieron estudiar si nuestro apetito por la plata se relacionaba directamente con el de la comida.
Hicieron tres descubrimientos: primero, que los voluntarios hambrientos eran menos dados a donar a la caridad que los que estaban saciados; segundo, que los que tenían grandes deseos de dinero fueron los que comieron más dulces; y tercero, que las personas daban menos dinero en un juego cuando estaban en una habitación con olores deliciosos, que cuando estaban en otra que olía de manera normal. Briers interpreta que esto indica que nuestro cerebro procesa las ideas sobre el dinero con los mismos mecanismos utilizados para pensar acerca de la comida, lo que causa que, en nuestra mente, los dos sean sinónimos.
Todavía falta entender porqué algunas personas se enloquecen a causa del dinero, mientras que otros no le dan mayor importancia. Los que lo persiguen hasta excluir todo lo demás no son necesariamente adictos. Algunos pueden ser codiciosos, y otros necesitados, personas sedientas de status o que lo utilicen para compensar sus problemas sociales. Lo que está claro es que el dinero, supuestamente una desapasionada herramienta de intercambio, provoca grandes emociones y conflictos mentales. Ya es tiempo de que los modelos de los economistas tengan esto en cuenta.